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Igual que jugar al balón no te hace futbolista profesional, jugar a videojuegos no te convierte automáticamente en un profesional de los esports. 

Si bien la imagen de un jugador de videojuegos sentado frente a una pantalla se opone radicalmente a la idea tradicional de entrenamiento deportivo, la verdad es que detrás de los esports existe un método de entrenamiento que se caracteriza por el fortalecimiento equilibrado de aspectos físicos, psicológicos y técnicos.

Llevado a la práctica, llegar a las grandes ligas y ganar un campeonato requiere de un trabajo estructurado que incluye seguir determinados horarios y rutinas. Una disciplina férrea que, desde luego, poco o nada tiene que ver con el estereotipo de gamer y que, sin embargo, es la realidad de muchos deportistas de esports profesionales.
Esta disciplina tiene como objetivo que los jugadores mantengan niveles de energía óptimos, prevengan lesiones en muñecas y codos, y mejoren su autoestima.

Por otro lado, a nivel psicológico es importante reforzar la gestión del estrés, la presión y la frustración, así como también manejar técnicas que les permitan mantener la concentración por largos periodos de tiempo. No olvidemos que un partido dura de media unos 30/40 minutos en los que el mínimo error puede determinar una derrota. La constancia y el aprender a sobreponerse a una situación difícil es lo que, en ocasiones, marca la diferencia entre un jugador y otro.

En definitiva, un jugador se define por su habilidad intrínseca y por el resto de valores y disciplina que le van inculcando los componentes del equipo técnico con los que va trabajando a lo largo de su camino. Desde el amateur hasta el estrato profesional, el equipo técnico es una pieza clave para el desarrollo de un jugador.

La disciplina y la constancia, como en la mayoría de deportes, son claves para el éxito.